10 CIUDADES 10 ARQUITECTOS
T2 | Capítulo 09: Ejercicio N°22, Brooklyn, NY
por Andrés San Martín
Durante mis años de estudio de arquitectura muchos de mis profesores recalcaban la importancia y potencial de aprendizaje del viajar. Viajar a lugares dónde las costumbres son para nosotros –santiaguinos acomodados– extraños rituales que difícilmente volveremos a ver y dónde lugares comunes y corrientes son bellas postales.
Siempre fui mochilero, por lo que todas mis vacaciones se trataban de lluvia y frío sureño –mientras muchos amigos disfrutaban la playa– por lo que la costumbre del viajero ya estaba en mi.
Ahora, mirando con distancia y reflexionando en base a ciertas experiencias ajenas que me he encontrado en el camino (como la carta de Sergio Larraín a su nieto) he entendido que el viaje sólo es útil si se tienen las herramientas necesarias para absorber y procesar el entorno; unos buenos zapatos y una croquera o cámara cualquiera –cosa con la que antes no contaba– capaces de entregarme experiencias de aprendizaje como medio de hoyar el mundo; un ejercicio nómada.
Con mis ganas de conocer lugares mas lejanos y, repitiendo la historia nuevamente, he tenido la oportunidad de estar dos veces en New York, por lo cual he logrado vivir dos duros inviernos allá, experiencia que retrataré a través de mi mirada a partir de frías fotografías de un caminar por Brooklyn.
Comparto así parte de estos aprendizajes/ejercicios en este formato como un medio de mostrar mi forma de caminar por el mundo; un arquitecto caminante con su cámara y su pasado lejos de casa –Brooklyn–, como tiendo a pensar que nos propone como ejercicio “10 ciudades, 10 arquitectos”.
A propósito; es lindo y reconfortante saber que tenemos una casa.
El Caminar
Cuando se decide a recorrer una ciudad invernal, lo más útil es una mochila con una botella de agua, una cámara, una fruta y un cortaviento. Nunca, pero nunca un mapa o plano de la ciudad. Éstos último son hechos por los servicios de turismo locales quienes disponen en su mapas las rutas mas idóneas para que los mercados de suvenires y vendedores de artículos turísticos como palitos selfies además de Mcdonlads se crucen en tu itinerario.
El erra-bundear –cómo dice Francesco Careri– por caminos en búsqueda de lo que no se busca. Esa ciudad que se te aparece estando; siendo.
Si; los monumentos, las plazas, los museos y las bibliotecas son importantes, pero más maravilloso aún puede ser el toparse sin querer con uno de estos emblemas sin buscarlo, habiendo atravesado lugares difíciles de mapear, en donde se puede apreciar una ciudad desordenada, sucia y con gente local, esa instancia real donde todo ocurre y acontece, y no con otros turistas como uno.
La belleza del caminar, del explorar. ¿Qué?, no importa, sólo caminar, ahí está todo.
Sábado 5 de Enero del 2019 en Manhattan, primer día de la semana con temperaturas sobre 0, decidimos ir a Williamsburg y lo haríamos con la lógica de todos los días anteriores; caminando. Una buena excusa para cruzar Brooklyn.
Convencimos a 2 amigos que vivían en la isla a que nos acompañaran en nuestro paseo; M. y D. –en adelante– quienes en primera instancia protestaron la idea de caminar y no tomar el metro para llegar. Los convencimos diciéndoles que conocerían Dumbos, un bello barrio al otro lado del puente con casas muy pintorescas, y con que no quedaba tan lejos. Mentira. ¿Cómo llegar?; no tenía idea, salvo por mi excelente sentido de ubicación, cosa que me reconocen todos los que han viajado conmigo, que me indicaba en que dirección caminar.
Cruzando el East River por el Puente de Brooklyn el paisaje se transforma en un bello panorama de un elevado, trabajado y escondido sub-urbanismo con viejas fábricas y galpones reutilizados como tiendas completamente chics, de esa ciudad que no cupo en la isla y por desborde se asentó ahí. Es raro pensar que la gente que nació y creció en Manhattan es “isleña” tal como un chilote lo es.
La cámara y la película
Me gustan las cámaras pequeñas y simples que caben en un bolsillo cualquiera; ojalá una “point and shot” por lo mismo; apuntar y disparar. Sólo se debe tomar un respiro para que la propia máquina corra la película. Éstas cámaras te proponen nada; solo te acompañan y están ahí cuando te comienzas a sentir aclimatado y las situaciones se te vienen encima.
Lo mejor para el invierno es una película blanco y negro de 400. Funciona muy versátil y si es que el caminar se extiende al ocaso; la película se fuerza a 800 ó 1600 y listo, nada que unos buenos minutos mas de revelador no arreglen y hagan su magia para obtener unos altos contrastes.
La idea no es salir a fotografiar, sino mas bien a caminar acompañado de una cámara, y si es que te llegasen a dar ganas de usarla –como quien lleva unos chicles en el bolsillo– se dispara y listo.
Hacia el comienzo de la tarde ya nos encontrábamos completamente fuera del alcance de los otros turistas. Aquí abundaban las rejas, las calles frías y las autopistas ruidosas. Caminábamos por una vereda que corría al lado de la Marina de Brooklyn; una entrada de río con conexión a mar abierto pero completamente resguardado de cualquier oleaje; un lugar perfecto disponer grandes fábricas y complejos industriales que en algún momento fueron gloria y hoy conforman un paisaje de decadencia y grafities con modernos rascacielos de fondo.
El observar
En un principio se siente que se hacen fotografías de cosas o situaciones que resultarán en fotografías completamente inútiles, pero como buen ejercicio de observación, no existe una mejor forma de sensibilizarse con el lugar que comenzar a componer, aunque luego sean mas que nada detalles sin fundamento. ¿Que es bueno y que es inútil?; no es un trabajo que se deba hacer en el propio lugar sino mas bien, días o semanas después en casa con un rico café cuando ya mucho del viaje se perdió en los recuerdos.
Hacer fotografías, tratar de transformar observaciones en composiciones, como si se estuviera escribiendo una lista de supermercado en un papel ordenándola por pasillos. Hacer y hacer. En muchos casos el trabajo de selección y curatoría es mas importante que el material por si solo puesto que es ahí donde decantan las ideas y se transforman en aprendizajes y una fotografía ya no es un elemento insípido sino una herramienta para cualquier cosa que se pueda usar. Los arquitectos somos buenos para estas cosas, por eso nos demoramos tanto en los museos o necesitamos repetir tantas veces las películas. No hablo por todos.
No mentiré que en muchas ocasiones nos daban miedo algunos lugares puesto que eran iguales a los guetos de drogas y mafia estadounidense que nos muestra Hollywood, cosa que nunca compartimos entre nosotros pero que era completamente legible con nuestro silencio.
Doblamos en una carretera y de un momento a otro volvemos a la ciudad, pero no cualquier ciudad, una completamente especial; una ciudad en Sabbat.
Muchos buses escolares estacionados en las calles con sus inscripciones en hebreo nos dieron la impresión de que no estábamos en New York.
Puertas entreabiertas de galpones dejaban ver unos estudiosos personajes con zapatos, pantalones y chaquetas negras, gorros de copa grandes y unos largos rizos de patillas que caían de las orejas hasta los hombros. Sus largas barbas inclinadas sobre la Torá y la poca gente en las calles nos dio a entender que nos encontrábamos en una ciudad judía ortodoxa.
De un momento a otro, muchos de ellos salían de las calles amontonados dejando ver a los niños con sus vestimentas tan características que iniciaban interesantes conversaciones sobre nosotros, siempre en un volumen muy bajo, entre la perplejidad del lugar como para no interrumpir.
Meses después, para M. y D. –quienes ya se encuentran en Santiago– el recuerdo mas latente de nuestra visita a New York se plasma en haber cruzado el barrio judío de Brooklyn camino a Williamsburg. De este tipo de sorpresas hablaba antes.
Interactuar
No soy una persona que se especialice en ser protagonista. No va con estar detrás de una cámara o, más bien, estar detrás de una cámara es un lugar muy cómodo para personas como nosotros.
Ser un observador no implica ser un espectador al estilo clásico. Observar requiere necesariamente establecer un punto de vista; tener una opinión sobre lo que sucede, ahí radica la interacción con el lugar que gracias a la ayuda de una herramienta tan poderosa como una cámara se puede catalizar. Mirar, observar, opinar y disparar. Aquí no está la fotografía, aún.
Seguía siendo sábado pero ya no estábamos en Sabbat. Comenzaba a oscurecer y a bajar el frío, momento propicio para encontrarnos con “MILKBAR”. Para quienes ven “Chef Table” ya saben que es y que comimos. Para los que no, es una pastelería que se hizo famosa por hacer un helado en base a la leche de los corn flakes remojados durante un día. Ya nos encontrábamos en Williamsburg.
Para terminar el día, una cerveza en la fábrica “Brooklyn Brewery” sin conocer mucho de nuestro destino; estábamos agotados.
Revelar, seleccionar y revelar.
Una vez reveladas las películas y hechos los contactos recién comienza a aparecer la fotografía. Se selecciona, se empareja, se encuadra y re-encuadra. Se asocia y se elimina. Aquí está la fotografía, 1569 palabras después.
Lo que muestra en esta serie es el punto final de este ejercicio; un producto para el recuerdo ajeno que no es mas que un recuerdo, en ningún caso fue ni será mi Brooklyn. Metro y a dormir.
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Texto e imágenes: Andrés San Martín
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Sobre el autor: Andrés San Martín Toloza es Arquitecto (2013) y Master en Territorio y Paisaje (2015) de la Universidad Diego Portales. Actualmente está dedicado a la fotografía análoga con especial énfasis en la creación de obras y series que toman a esta técnica como medio de representación de ideas y miradas acerca de sus ideas recurrentes: el paisaje, la temporalidad y el movimiento, encontrando en su reciente trabajo producciones artísticas originales como también recopilaciones sobre su mirada de diversas ciudades en el mundo. Paralelamente, ejerce como docente en el área de paisaje y territorio en la Universidad Diego Portales y Andrés Bello. Estuvo en New York durante el 2015 y 2019.