10 Ciudades 10 Arquitectos | Capítulo 05: Ella, mi ciudad inventada

 

10 CIUDADES 10 ARQUITECTOS

T2 | Capítulo 05: Ella, mi ciudad inventada

por Carolina Briones

 

La antigua Isla de Ceylán me recibió hace ya tres años atrás, en los primeros días de marzo, exhibiendo paisajes que quedaron eternos en mi memoria, intensas olas de calor y un turismo incipiente pero muy presente. Y que a pesar de esto, sigue siendo un país de esos que parecen explorados por pocos y que todavía –por suerte– les falta para empaparse del impulso persistente y tenaz de la globalización.

De ahí hacia las montañas. Para llegar a las tierras altas de Sri Lanka necesitamos una jornada completa. Un intenso día de largos trayectos en trenes abarrotados de turistas, con un aire cálido y sofocante, luego a pie y a paso lento, mientras a mí alrededor se desplegaba un paisaje idílico, un verdor exuberante. Como alguna vez Neruda llamó a estas tierras: una naturaleza recién lavada que te sobrecoge y envuelve.

Tren para llegar a Ella

Al llegar a Ella, mi destino, me recibió un pueblo pequeño, muy tranquilo, plagado de hostales y guesthouses hechos para el turismo. Todos de una infraestructura precaria, algunos a medio construir y otros de muy mal gusto, pero aun así acogedores. Un pueblo rodeado de montañas, de densos bosques y sobre todo de plantaciones de té, té y más té, en dónde no hay más que hacer que absorber el paisaje y caminar entre la naturaleza, recorrer sus alrededores y sus solitarios caminos entre cultivos. Pronto descubrí que aquí se practica el arte de deambular.

Y es que lo que hay para hacer es poco, y nada. Todo es caminar sin rumbo pero a ritmo pausado, en calma, andar y deambular para encontrarse con un par de atracciones turísticas que quedan en un segundo plano al fondo de este idílico pueblo que se presenta silencioso, bucólico y con aires de solitario caserío de montaña.

Panorámica paisaje alrededor

Línea del tren

Ella tiene sólo una calle, que no se molesta en lucir ni resaltar nada más de lo que es y que cumple solo una función: concentrar los principales restaurantes y alojamientos de la zona, además de los servicios básicos requeridos por visitantes y pobladores. Todo tan disimulado y tan subordinado a lo exuberante de la naturaleza, que –me doy cuenta después– ni siquiera se me ocurre fotografiar en el momento. De esta salen pequeños caminos, que pasan casi desapercibidos y que transportan a los máximos eslabones del turismo de la zona: una línea de tren de película, una imponente montaña entre plantaciones de té y un par de cascadas. No mucho más.

Sus pobladores se ven poco, pasan desapercibidos entre el paisaje y se muestran indiferentes al turista que arriba a su pueblo. Caminan con la mirada erguida, sin intención de pedir nada –como ocurre demasiado en sus países vecinos– y como si la sangrienta guerra civil que los azotó durante largos años no hubiera ocurrido nunca. Sin embargo tienen algo especial que los conecta con el turista primerizo que se aventura en su pueblo en esta remota zona de la isla: me reciben con una sonrisa.

En busca de agua

En un ambiente así pasé mis días sintiéndome en un verdadero descanso, uno sincero y que parece eterno, entre el caminar sin rumbo en medio del goce y la contemplación de un panorama que se me fue presentando en cada esquina.

Y fui testigo del error de las revistas y los libros de turismo que se han acostumbrado a catalogarlo como uno de esos destinos solo para un par de días, siempre de paso, para hacer un par de horas de caminatas y nada más. Sin embargo, y a pesar de ser solo una estación en medio de un viaje mucho más largo, Ella es de los pocos lugares que persisten con total claridad en mi memoria. Me hubiera quedado mucho más tiempo del que estuve y, sin duda, me prometí volver.

Algo deben haber visto en estas tierras de montañas los colonizadores del Imperio Británico. Algunos dirán que fue sólo la combinación perfecta entre clima y tierra para sembrar la ambición desmedida de la producción e industrialización del té. Otros, los más soñadores, dirán que vieron la posibilidad de asentamientos idílicos para la admiración del paisaje, como es costumbre en su tradición romántica, y quién sabe qué más.

Little Adams Peak

Cultivo del té

A mí me gustaría pensarlo así: como un lugar inventado para eso, sin pretensiones de algo más, acogido por montañas, como si fuera una de las ciudades invisibles de Calvino. Ciudades que aparecen cuando quieren ser encontradas y que evocan utopías de tiempos lejanos que ya poco se ven en estas tierras lejanas de Asia, en dónde el turismo ya es desenfrenado. Explotado y explotador. Acá es todo lo contrario, un sitio ideal para retroceder en el tiempo en búsqueda de un Asia primigenia, todavía en conexión con el origen de la conocida sabia calma de los asiáticos.

Ella es una muestra viva de ello, de un mundo que parece permanecer quieto todavía. Me recibió y despidió igual: con los mismos aires sofocantes de calor, las mismas localidades tranquilas, los mismos paisajes imponentes y las mismas sonrisas acogedoras. Ella como el centro de la tierra de los elefantes, de la fascinante cultura budista y del té. Ella como el tallo de la ‘flor de las islas’, como también la llamó Neruda. Un pequeño paraíso rural que no tiene nada de urbano pero al que quiero llamar ciudad, mi ciudad inventada, solo para agrandar un poco su inmortalidad en mis recuerdos.

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Texto e imágenes: Carolina Briones

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Sobre la autora: Carolina Briones es Arquitecta y Magíster en Arquitectura del Paisaje de la Pontificia Universidad Católica (2017). Lleva un año en colaboración estable con Landie y ha desarrollado su labor como arquitecta en la oficina Lyon Bosch + Martic. Estuvo en Sri Lanka en medio de un viaje de cuatro meses por Asia en 2017.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Jaime Quiñones Silva
    julio 6, 2019 1:42 pm

    Excelente Carolina, tienes alma de escritora ,muy buena tu experiencia y tu comunicación de lo que viste y captaste.Educacion universitaria óptima como es la U. Católica. Un abrazo de tu abuelo.

    Responder
  • Tatiana López Balic
    julio 7, 2019 3:42 pm

    Qué linda experiencia Carolina, te felicito por tu capacidad de sentir el paisaje y por compartir tu experiencia. Sin lugar a dudas es lo tuyo.

    Responder

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