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T2 | Capítulo 06: Cartagena, la joya olvidada
por Tatiana Bravo
Preámbulo: caminar el territorio
Quiero comenzar por contextualizar a la ciudad de Cartagena que, si bien posee su propia historia y particularidades, pertenece a uno de los fragmentos que componen el complejo paisaje de la costa central chilena.
Hace poco más de un año, por necesidad (o por buena suerte) me fui a vivir una temporada al Litoral de Los Poetas. Fui a trabajar, a construir una casa en los cerros de El Quisco. Había llegado recientemente de otro viaje, una travesía triste, y pensé que, aunque estuviera comenzando el invierno y el sol se escondiera temprano, un lugar conocido, el mar y los atardeceres anaranjados, podrían alegrar mis días y reconfortar mi corazón.
Recordé los veranos de mi infancia, la casa que arrendaban mis abuelos donde nos instalábamos varias semanas. Días felices. De ahí que mi histórica relación con el litoral fuera de visita, esporádica y veraniega, ociosa, llena de caminatas playeras y juegos en la arena. Ahora mis movimientos eran distintos.
Tomas en Duna Grande de Cartagena
Todos los días realizaba el mismo trayecto al trabajo, y con el paso del tiempo, entendí cómo moverme, reconocí patrones, establecí los hitos que ordenaban mi andar. Descubrí que el ritmo antiguo y cansado del litoral desaparece por las mañanas de lunes a viernes, con las micros tipo liebre deslizándose por los pavimentos de la Ruta del Mar, los buses a Santiago y los autos en fila tras los camiones cargados de hortalizas.
Mientras trabajaba, me asenté, medité, escribí y, sobre todo, caminé.
En mis ratos libres me propuse un juego: desde la premisa de que las playas son bienes nacionales de uso público, decidí caminar el borde costero del litoral de los poetas, al estilo de los situacionistas europeos. Caminé sin dirección ni propósito fijo, a la deriva, asumiendo que eventualmente debía llegar a algún lugar. Me adentré por senderos que no conocía y terminé en lugares conocidos.
Croquis Caleta San Pedro
Es así como en estas caminatas ingenuas redescubrí el litoral y entendí la necesaria desconexión de ciertos lugares apartados, pues de eso se trata el litoral, pequeños claros, islas de rocas que articulan el territorio, paisajes fragmentados, armónicos, rítmicos. Retazos de elementos: pinos y animitas, dunas y roqueríos, cruces y cadenas.
Cartagena, la joya olvidada
El proceso de urbanización de la costa central comenzó de manera masiva en el siglo XIX, concentrándose alrededor de Valparaíso, debido principalmente a la existencia de puerto y a la gran cantidad de playas que conformaban el litoral. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la elite chilena comenzó a incursionar en el turismo y el veraneo. Varias familias se trasladaron al litoral durante la época estival, buscando el ocio y la recreación, alejándose lo más posible del calor capitalino.
Hacia 1870, debido principalmente a su cercanía con Santiago y el Puerto de San Antonio, y a las playas y paisajes que ofrecía la bahía, Cartagena se transforma en un destino turístico popular y deseado. Se consolida así la ciudad, los caseríos dispersos entre las cruces y Cartagena, son sustituidos por elegantes casas, tanto de veraneantes como de vecinos que habían elegido vivir durante todo el año en Cartagena.
Vista desde ex residencial El Castillo
Vista desde ex residencial El Castillo
Estas nuevas viviendas de lujo se ubicaron cercanas al borde costero, al igual que los paseos, terrazas y servicios para los visitantes estacionales. Conforme pasaron los años, Cartagena se volvió cada vez más popular, y el segmento acomodado migró a otros balnearios, abandonando los chalés y casonas, que se transformaron en residenciales, restaurantes, o simplemente fueron deshabitadas para siempre.
Hoy en día, aún es posible encontrar partes de estas casas, unas más incompletas que otras, generalmente a maltraer, sucias, carcomidas por el paso de los años y los embates de la brisa salina del mar. A primera vista, es como si sobre Cartagena hubiese una nube gris, una bruma constante, de día y de noche.
Av. Ignacio Carrera Pinto
Adolfo Couve, escritor y pintor local, comienza su relato “Balneario” (1993) así:
“Cartagena, El Balneario, esa playa sucia, abandonada todos los inviernos, ese escenario, esa apariencia, ese deterioro infinito, techos aguzados, aleros repletos de murciélagos, ventanas sin postigos, abiertas al mar que las habita como a los recovecos entre las rocas. Balcones carcomidos, escalas de servicio, clausuradas, que se han venido al suelo, veletas oxidadas y atascadas, pájaros de fierro que porfían en la persistencia del viento. Llovizna que aparta de las olas a las gaviotas hambrientas, bandadas organizadas de pidenes que incrustan su paso presuroso en la arena negra, y las calles retorcidas con letreros que chirrían y agitan graves faltas de ortografía”.
Croquis Cartagena
En mi juego, llegué a Cartagena, y a través del dibujo que tracé con los pies sobre la ciudad, descifré su misterio, disipé la nube que la rondaba. La quise mucho. Encontré pedazos de paraíso, islas de rocas, montañas de arena, y decenas de aves sobrevolando las quebradas. Todo frente a mis narices, a metros de la carretera, las casas, los locales comerciales.
Encontré lo excepcional escondido entre la cotidianeidad de los viejos castillos y los caminos de maicillo. Así, aparecieron una vez más frente a mí, estos fragmentos de paisajes, ocultos y anónimos, que, sin darnos cuenta, ordenan, articulan y dan vida a Cartagena, definiéndola más allá de lo que alguna vez fue.
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Texto, imágenes y croquis: Tatiana Bravo
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Sobre la autora: Tatiana Bravo Maulén es Licenciada en Arquitectura de la Universidad de Chile. Además de sus estudios en la FAU, pasó una temporada en São Paulo el año 2016, donde estudió en la Faculdade de Arquitetura y la Escola de Comunicações e Artes de la Universidade de São Paulo. Trabaja en Cartagena actualmente.