CEDRIC PRICE: PENSAR Y (NO) HACER
Este apunte no tiene por objeto describir la obra de un arquitecto que, alejado de los canones (y por lo mismo del star-system), construyó una carrera, por decir lo menos, llamativa. Especialmente para haber sido un arquitecto en pleno siglo XX.
Más allá de autor de una prolífica obra, Cedric Price fue un pensador de la arquitectura, un depósito de ideas lleno de entusiasmo por la disciplina que se tomó el tiempo de redactar largos e intrincados ensayos donde recoge su visión de la vida y cómo ésta debía ser contenida por la arquitectura. Siempre con énfasis en lo cotidiano, el acto depurado de hacer cualquier cosa sin premeditación, la exquisita gestualidad de lo espontáneo.
Fue un ferviente militante de la desobediencia, sobre todo intelectual. Esa independencia mental mezclada con un humor muy británico hace de Price un tipo (y un arquitecto) imprescindible. Y es que nadie sin un alto grado de brillantez e iluminación pudo haber sido el autor de la siguiente frase, en pleno siglo de la tecnologización humana: ‘La tecnología es la respuesta… pero cuál es la pregunta?’
Con diez palabras, Price subvierte el anhelo humano por facilitarse la vida con las máquinas y de pasada le sopla en la oreja al intocable Le Corbusier y su arquitectura de respuestas cerradas.
Sus proyectos fueron casi todos mentales. Es decir, todo lo prolífica que fue su pluma (tanto para escribir como para dibujar) se vio pocas veces reflejada en la realidad material, cosa que pareció no importarle. Price consideraba que un proyecto era justamente esto, algo que se proyecta, se piensa, nos plantea inquietudes y nos hace tratar de ordenar ideas. Construir, en ese sentido, se vuelve algo irrelevante.
Fun Palace (1966-1976)
Tal vez su obra más famosa fue, de hecho, una que no se hizo. El ‘Fun Palace’ fue un intento por aproximarse a las posibilidades que la tecnología le entrega a la arquitectura, pero sin un orden establecido ni un plan para organizar la vida. Todo lo contrario, el concepto es que la tecnología puede ser también un facilitador del desorden, de la inquietud, de la creatividad y lo móvil. Todo esto pues el mismo Price advirtió algo que hoy se comprueba caminando por la calle, viendo los cuellos gachos y la mano pegada un aparato: la irrupción de la cbernética en el cotidiano estaba siendo un sintetizador de las ideas humanas y no un motor para su florecimiento intelectual.
Otras como el sarcástico ‘Officebar’ o el fotogénico ‘Aviario de Londres’ (una de las pocas obras que sí se construyeron) son también testimonio de la posición ante el mundo de quien tardíamente iba a ser reconocido como una especie de padrino del postmodernismo. Formas abstractas, lineas discontinuas, espacios flexibles, quebrados, móviles, difusos, la arquitectura hecha expresión y juego. Romper las formas conocidas y meterse a explorar otros mundos que parecían imposibles en medio de la supremacía modernista. Una buena forma de desmoldar los moldes, casi como anticipando el fin de una era en la arquitectura. De hecho basta ver los dibujos que hizo para el ‘Fun Palace’ y después mirar el odiado/amado Centre Pompidou de Paris, de Renzo Piano y Richard Rogers. Ahí hay una influencia directa, sin medias tintas, de dos arquitectos que fueron la punta de la flecha de un movimiento rupturista.
Es bueno mirar a Price hoy, hace bien, porque da la posibilidad de pensar en salidas distintas para las soluciones habituales y en espacios alternativos cuando todo parece cerrado y absoluto. En un mundo que se estira hacia los bordes del pensamiento polarizado, blanco o negro, cerrado para el matiz, lo de Price resulta inspirador. Además de quitarse la presión y entregarse al pensar (y no puramente al hacer), también es valioso el mirar el mundo desde afuera, flotar sobre el ruidillo del ambiente y luego lanzarse sobre la hoja en blanco.
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Texto: Gonzalo Schmeisser