Semillas del Sol

SEMILLAS DEL SOL

por Miguel Laborde

 

A fines de diciembre había ánimo de fiesta en todo el hemisferio norte; terminaban las faenas agrícolas y la nieve cubría los campos. Por influencia romana era el momento de las saturnales, fiesta de Saturno y las cosechas, del 17 al 23 de noviembre, en que se adornaban y se iluminaban las calles y se intercambiaban regalos.

Era fiesta clave en sociedades agrícolas para rogar, en lo más crudo del invierno, que las semillas no se perdieran y lograran sobrevivir a las inclemencias del tiempo hasta que llegara el tiempo fértil de la primavera.

Coinciden en su apogeo con el 21 de diciembre, el solsticio de invierno,  la temible noche más larga del año, en que los pueblos de aquí en el sur rogaban para que en esa noche de embate entre la luz y la oscuridad triunfara la luz y el sol llegara en un nuevo amanecer, asegurando la vida por un año más hasta otro solsticio.

Es de comprender su miedo, al ver en esos días que árboles y plantas perdían sus hojas,  morían muchas,  y los mismos animales desaparecían de la vista y se sumían en un silencio de muerte. ¿Iría a triunfar la vida, un nuevo amanecer?

Es por eso también que se rendía homenaje al Sol triunfante, como fiesta del Sol Invicto.

Solsticio, o solstitium es palabra que intimida, significa «el sol se detiene»… Por lo mismo, el resplandor de un nuevo día llenaba de inmenso gozo a todos los seres humanos al amanecer de la noche del 21 de diciembre. Como se ve, eran fiestas relacionadas y por miles de años marcaban el final del año con un clima festivo, de vida nueva y nuevo comienzo.

El Papa Julio I, sin saber cuándo nació Jesús,  optó por cristianizar ese período festivo eligiendo el 25 de diciembre como símbolo del Mesías que, precisamente, traía la buena nueva y encarnaba la vida nueva. El 31 de diciembre,  por último,  cierra el ciclo festivo de un tiempo que termina y da inicio a una vida nueva que comienza.

 

 

El sol en la Cordillera de la Sal

 

Para nosotros, aquí en el hemisferio sur, todo se mezcla en el mestizaje de las tradiciones. Porque vivimos a fines de diciembre las noches más cortas y los días más largos del año. Es tiempo de desnudez y comienzo del verano. Todo se vuelve lento, hasta marzo. Todo está teñido de vacaciones.

Tiempo elegido antiguamente para casarse, con el sol en lo alto.

Para los pueblos originarios era tiempo de gozar de estar vivos, cuando los árboles y arbustos ofrecían sus mejores frutos; era bueno concebir en otoño y parir en verano, porque niños y niñas se harían fuertes y bien alimentados. Para ellos todo era sol,  verano y fuego en este tiempo. Toda oscuridad quedaba lejos.

Para los incas era el momento de la fiesta de Capac Inti Raymi. En honor al Sol se bailaba, bebía chicha, mascaba hojas de coca, y las cenizas de los sacrificios se lanzaban a los ríos para que allá al final del océano se reunieran con el sol poniente al atardecer, en el punto donde el fuego se une al agua del origen.

Los incas trajeron su fiesta a los valles de Aconcagua,  Mapocho y Maipo,  y se volvieron tradición en nuestros ríos hacia el año 1500.

 

 

Miguel Laborde es un escritor y profesor que, desde 1981 y por diferentes medios, ha venido pensando en los signos de estos tiempos con sentido de lugar: desde Chile y América Latina. Ya en su primer libro , «La selva fria y sagrada» sobre la cosmovisión mapuche, celebrado por Elikura Chihuailaf y Leonel Lienlaf, y hasta el último, «Chile geopoético», da cuenta de esa constante vocación. Es Miembro de Honor del Colegio de Arquitectos de Chile.

 

Category: Geopoética
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