LAS PICADAS TIENEN ALGO QUE DECIR SOBRE NUESTRO ESPACIO PÚBLICO
por Nicolás Valencia | *Para Santiago Adicto – @santiagoadicto
Nuestra cocina es reflejo de nuestra sociedad, nuestras ciudades y nuestras muletillas. Así nació hace dos años @elpicadista, una búsqueda personal por descifrar la cocina local, defender sus lugares e intentar entender nuestra sociedad.
Hace unas semanas me preguntaron si había aprendido algo de @elpicadista. Y claro, hay comentarios en Instagram que se repiten: los miraron mal en bares de mala muerte; les asusta que se rotee el local al que les gusta ir; creen que llegarán los cuicos a echar a perder una picada si les damos visibilidad; les preocupa la sofisticación del barrio Biobío. En general son temores transversales sobre los lugares que visitamos cotidianamente.
Autoservicio, Barrio Meiggs | Chorillanas, Providencia
Tememos que otras clases, otros grupos o simplemente otras personas puedan llegar a nuestros espacios. Cuicos o flaites, arribistas o abajistas, mainstream o hipsters. Siempre tememos a otros, da lo mismo quienes sean. Y tememos porque sabemos en nuestro interior que no estamos acostumbrados a los espacios compartidos. Siempre han sido excluyentes: es de uno o es de otros, pero nunca de todos.
Tengo recuerdos de mi niñez durante la Fiesta de la Cultura (2000) en el Parque Forestal, un revival de la bienvenida a la primavera en el primer septiembre del gobierno de Ricardo Lagos. Esperaron que se llenara de flaites, lanzas y marigüaneros, pero no. También sobrevoló cierto axioma de nuestra olvidadiza y selectiva memoria colectiva: si hay mucha gente, siempre quedará la embarrada. Tampoco pasó, incluso con un millón de asistentes.
Ciro’s, Santiago Centro | El Quinto Patio, Recoleta
En esos años también se decía que los parques y plazas eran peligrosas per se y que debíamos enrejar el Parque Forestal. No funcionó, y aunque sí lo lograron con el Parque San Borja, no evitaron que años después muriera Daniel Zamudio a sus pies. Zamudio murió afuera, pero la animita está adentro. Una lúcida imagen que reafirma dónde creemos que está la seguridad.
Una reciente investigación de Dannemann, Sotomayor-Gómez y Samaniego confirmó con big data y celulares lo que nuestra intuición y experiencia suponía: Santiago es una ciudad de burbujas. Seis, exactamente. Según los investigadores, en La Florida y Puente Alto hay un 50% de posibilidades que un compañero de trabajo venga de tu misma burbuja, mientras en un escenario aleatorio es solo de un 20%, confirmando un alto grado de segregación urbana en Santiago.
Y si compartimos los mismos barrios, mismas rutas, mismos panoramas, mismos colegios, mismos trabajos, mismos lenguajes, ¿cómo conoceremos otras realidades, experiencias o visiones?
Grosso’s, Recoleta | Los Vikingos, Santiago Centro
El espacio público, al ser impredecible, diverso, espontáneo y abierto a los otros, probablemente genera escozor entre quienes prefieren ambientes controlados donde sabemos quiénes están o pueden estar. Eso reduce el factor de sorpresa y aumenta la sensación de seguridad. “Es que Santiago no es como antes”, repiten como mantra las generaciones mayores, sacralizando un pasado que no sabemos exactamente dónde lo anclan.
Las picadas por su parte se enfrentan a un boom inédito de apreciación, aupado por la prensa y la televisión. Alguna vez rechazadas, ahora son aceptadas y ensalzadas. En esa vorágine nació @elpicadista porque hay falsas señales de apreciación e integración que debemos detectar: ya le pasó a la cueca y la fonda, cuando fueron absorbidas a comienzos del siglo XIX para construir nuestra identidad una vez instaurada la república, pero descartando el bajo fondo que lo poblaba y animaba.
Panda Junior, Santiago Centro | Restaurant Imperio, Santiago Centro
Sindicato de Folkloristas, Santiago Centro | Tronco Pollo, Renca
Hoy la cocina popular ha pasado de la marginalidad a la masificación y la posterior gourmetización. ¿Cuántos platos, locales y barrios fueron vistos con desdén y ahora son lo más chileno que tenemos? El terremoto, el arrollado huaso, la Piojera o el Biobío. Mis compañeros de la básica no iban al persa Biobío en los años noventa porque era el lugar donde se juntaban los lanzas y los pobres vitrineaban. Siendo criado entre Renca y La Florida, tengo claro que la noción de pobreza es relativa, es un concepto líquido que dependerá de quienes estemos en la conversación. Podemos ser flaites o cuicos según el contexto.
En esa misma línea, la cocina gourmet se autoproclamó el mérito de revalorizar la mesa chilena, supuestamente en ruinas porque no había lugar con buena mano. Considerando esta teoría de burbujas, probablemente nunca fueron a comer a los lugares que correspondía visitar: las empanadas del Remanso en La Florida, la marraqueta de la panadería La Plaza en Renca, el pollo al cognac de San Alfonso en Quinta Normal. Por suerte el boom mediático de la buena cocina popular confirmó esta idea, aunque algunos alcanzaron a convertir la fuente de soda en escenografía, tal como la cueca y la fonda.
Tukasa, Santiago Centro | Vega Central, Recoleta
Cuando la cocina es buena, basta que te guste para disfrutarla, pero en Chile le hemos agregado tantos peajes sociales que algunos han inventado todo de nuevo por no estar presente en su burbuja (en todas las burbujas). Al espacio público de calidad le sucede lo mismo, ya sea un pasaje, una plaza, un paseo o un parque. Si tiene niños jugando, buenas bancas, grata sombra, gente conversando y buena iluminación sabemos que es un buen espacio, aunque sea la primera vez que lo visitemos. Como un buen sánguche, es una receta de reglas mínimas y claras.
En el espacio público espontáneo, impredecible y diverso, todos somos otros. Y que lo disfrutemos sin ser clasificados solo lo hace un mejor espacio. Así cuando un bar, una picada, un clásico o un restaurant se rotea, se masifica, se acuica o se gentrifica realmente tememos, bien en el fondo, a que por alguna vez los excluidos del lugar seamos nosotros.
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Texto y fotografías: Nicolás Valencia
1 Comentario. Dejar nuevo
Los adultos qur nombras, me cuento ebtre ellos, ya pasando cinco a seisdecenas, hemos vivido el proceso marcado por períodos graves .de nuestro país. Alguna vez un joven en plena Revolución pingūina, me dijo que los adultos sólo nos «resignábamos» a todo. En aquel tiempo, no teníamos estas maravillas de redes sociales para crear espacios de debate, compartir y mostrarnos. Comparto tu opinión de las busbujas y aquel temor de «masificar» y de ver quizas invadido ciertos espacios, que creemos nuestro. Los adultos de hoy, no tuvimos esta apertura, no nos enseñaron a observar y vivenciar del modo que los jóvenes lo hicieron, lo hacen y lo harán. Sin embargo, a modo de justificación, lo digo por el rango etario, habemoa adultoa que hemos aprendido de aquella época de revoluciones, y debatimos con altura de miras. Reconocemos en el espacio la convivencia con el otro, por distinto que sea. A la vez nos admiramos de estos lugares de contrastes que mantiene nuestra capital. Debo admitir que amo el centro de Santiago. Las transformaciones del Barrio Lastarria, por ejemplo, donde tuve la dicha de ver desde sus inicios de cambio, se fue transformando en otra burbuja como llamas. «Snob» me llamó alguna compañera de universidad, cuando dije que vivía allí, algo que no comprendí, nunca me sentí así. Ella vivía en el Barrio Brasil, entonces a raíz de tu columna recuerdo estos pasajes de mi vida, y creo que aquello de roter o acuicar, (a modo de verbos nuevos para la RAE) tiene que ver con las ganas de ser exclusivos, como si ya ser humanamente diferentes ya no lo fuera.
Reconozco también el hecho de que los adultos usamos aquellas frases típicas del » todo tiempo pasado fue mejor», pero no siempre y no todos las usamos. Creo que los temores pasan más por los dueños de los locales que por el público. Me refiero a aquellos lugares que » se reservan el derecho de admisión» . El dinero es el mismo, del roto del cuico, del que sea. Quizás la presentación varía: vene contante y sonante o en tarjetas plásticas.
Asi las cosas, siempre habrá miedo al otro, sea cual sea el contexto. Seas joven o adulto, rotear o acuicar un espacio.