Pink Moon – Nick Drake (1972)
¿Quién escuchará lo que digo? Se pregunta Nick Drake, en el track 6 de su mejor disco: Pink Moon. La canción se llama Things behind the sun (Cosas detrás del sol) y es un buen resumen del espíritu entre reivindicativo y profundamente doliente en que se pasean sus 11 canciones.
Lanzado el 25 de febrero de 1972 en pleno invierno británico, Pink Moon es el tercer y último disco de una breve carrera que terminó dos años después, cuando el músico inglés murió por una sobredosis de antidepresivos. Nunca se supo si fue accidental o a propósito, pero lo cierto es que con él murió una forma de hacer y entender la música. La guitarra y la voz como catalizadora de los fantasmas que habitan en el cosmos interno de un ser humano, algo parecido a una pena eterna que parece no tener alivio ni en sus momentos más luminosos. Porque el dolor cuando es dolor no requiere de estridencias.
Una herencia que iba a ser reavivada después por músicos como Elliott Smith, José González, Keaton Henson o Cass Mccombs, entre muchos otros.
Nick Drake
La correlación de la narrativa que se encuentra en las canciones del disco es un ejercicio de honestidad que está en la vereda opuesta de esos discos que saltan de la balada a lo bailable. En ese sentido Pink Moon no engaña. Es melancólico desde la primera hasta la última canción, atmosférica, lírica y musicalmente.
Igual, el arte de la portada, un dibujo estilo Dalí del artista Michael Trevithick que es una mezcla de objetos inconexos entre sí (un zapato, una cuerda, una taza de té, un payaso triste) pintados sobre un fondo de un atardecer, con la luna rosada perforada como si fuera un queso. Como queriendo sintetizar el sinsentido de la vida.
Con arreglos mínimos -tan mínimos que parece la grabación en vivo de un músico con su guitarra, acompañado apenas por un piano en la canción homónima Pink Moon, track 1- todo lo que se escucha es la voz apagada y tímida, como de alguien que no puede mirar a los ojos. Alguien que toca su guitarra encorvando su metro noventa, cuidándose de la mirada del resto. Alguien que perdió la alegría: ‘y yo era verde, más verde que la colina. Donde las flores crecieron y el sol todavía brillaba. Ahora soy más oscuro que el mar más profundo. Solo dame una mano, dame un lugar donde estar’.
Arte de portada / Dibujo de Michael Trevithick
Esa actitud pasiva, doliente, está contenida además en títulos breves y elocuentes y canciones cortas, de entre un minuto y medio y cuatro.
Efímeros cantos a la tristeza y la búsqueda del sentido, Place to be y Parasite; también a las preguntas existenciales, Harvest Breed y Free Ride; un himno a los incomprendidos, aquellos que dejan de hacer lo que los hace feliz porque la sociedad le impone sus reglas: Things behind the sun. Horn es una breve tonada en que la forma unitaria de tocar las cuerdas de la guitarra, nunca al mismo tiempo, parecen imitar a dos personas que están intentando comunicarse pero que no lo logran. Road es confesional y parece poner a Drake en busca de una solución a sus problemas. Know es un grito de puro dolor ahogado. Which Will es una hermosa canción al amor no correspondido.
Todo eso ocurre entremedio de dos canciones de una belleza única: Pink Moon, la primera: onírica, profética, evocativa; y From the Morning, la última, un elogio a la belleza de estar vivos para hacer que este espacio vital entre la no existencia y la muerte, sea algo que valga la pena.
En esta última, justo al final del disco, Drake canta: ‘Un día amaneció una vez. Y fue hermoso’. Es un cierre ideal para un disco que parece teñido de pena, pero que si se escucha bien se encuentra una profunda belleza escondida entre esa nostalgia. Pareciese ser que esa nostalgia es más bien resignación, la conciencia de que estar vivo es una experiencia de puro goce, que Drake tiene ganas de ser feliz pero no le resulta. Habrá que quedarse con que la pregunta del comienzo está respondida: mucha gente ha escuchado lo que Drake tenía para decir.
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Texto: Gonzalo Schmeisser