Últimamente es muy común ver en redes sociales unas increíbles fotos de un lugar plagado de globos aerostáticos de colores flotando por los cielos, en un paisaje que parece un gran valle desértico repleto de extrañas formas. Es la Capadocia, lugar por excelencia de la postal de cualquier viaje por Turquía.
Ubicada en la región de Anatolia central del país bicontinental, la Capadocia (que significa tierra de caballos), es famosa por sus magníficos valles y geografía única, nacida de las erupciones de tres volcanes: el Monte Erciyes (3.917 m), Monte Hasan (3.263 m) y el Monte Melendiz (2.963 m). Estos tres macizos dieron origen a las peculiares formaciones rocosas que hoy conocemos, y son posibles de apreciar y recorrer – en la mayoría de sus casos – con completa libertad.
Estos valles fueron utilizados por los cristianos como escondite durante muchos años, no sólo por la posición estratégica del territorio (traspaso entre oriente y occidente), sino que también por el sin fin de cavernas y refugios naturales entre las rocas.
Como dicen por ahí, no hay viaje a la Capadocia sin el paseo en globo, así que nos levantamos al alba – antes de los primeros rayos del sol – y nos dirigimos a uno de los muchos puntos de salida para surcar los aires de este precioso valle.
Esta increíble experiencia comienza con el proceso de inflado de los globos y luego el nervioso despegue, para ir ascendiendo poco a poco en un suave vaivén. Aquí comenzamos a apreciar los primeros rayos del sol que dan al valle un leve tono amarillento. Poco a poco se va desplegando una luz muy tenue que lentamente empieza a ganar en intensidad, iluminando hasta los más lejanos confines del territorio.
Ya en el aire y con el sol a la vista, es posible darse cuenta de la inmensidad del valle de la Capadocia, desde Göreme y Uchisar como punto central – y de mayor presencia de equipamiento turístico – hasta el valle de Ilhara, pasando por Nevehir, Avanos y Orgup.
No sólo es posible darse cuenta de la amplitud del valle, sino que de la cantidad de formaciones rocosas, de aspecto y tamaño muy variado, entremezcladas cromáticamente con tonos amarillentos y verdosos que le dan un aspecto surreal.
Luego de un par de horas comenzamos a descender lentamente, dejando atrás una impresionante vista y la tranquilidad de los aires, interrumpida a ratos por la salida del gas para mantener el globo en pie. A medio camino de bajada nos percatamos a la distancia de un extraño castillo de rocas, rodeado de un poblado de las mismas características ubicado en sus faldas.
Este lugar nos llama profundamente la atención, no solo por la magnificencia y tamaño de la obra, sino que por el asombro que nos provoca la capacidad humana de moldear y acomodarse a la condiciones de que la tierra le ofrece como recurso para hacerla parte suya. Estos gestos son parte de la tradición vernácula, una construcción de identidad propia de estos paisajes, acciones que forman una cultura única y propia de cada lugar.
Una vez en tierra, decidimos dirigirnos hacia el castillo a través de las quebradas de Gübercinlik. Son aproximadamente unos 5 kilómetros caminando en roca, hasta que empezamos a ver pequeñas ventanillas y puertas que hoy en día son utilizadas como corrales de animales por los habitantes locales.
Luego de una hora y media de una tranquila caminata, accedemos a la parte baja del poblado de Uchisar, punto donde el castillo se deja apreciar en su real magnitud, y la verdad es que es impresionante. Seguimos el paso, internándonos por las pequeñas callejuelas de tierra y piedras, en una red de senderos y escaleras dispuestos entre las viviendas. Es llamativo observar el contraste entre la precariedad y lo bien conservados de algunos habitáculos. Estos últimos muestran métodos de construcción bien elaborados e incorporan elementos para refugiarse de las inclemencias del clima: vidrios o puertas de madera o acero.
Pronto nos internamos en el castillo, donde es necesario pagar una entrada no muy cara para acceder. Adentro nos impresionamos con sus formas moldeadas en su totalidad por la mano del hombre, un sinfín de escaleras, vanos, y cuartos de diferentes dimensiones, desde dormitorios, comedores y grandes salones, hasta corrales par animales, siempre ubicados en la parte baja.
Es posible observar también una serie de frescos pintados por los antiguos cristianos que se refugiaron aquí, lo que nos dan a entender la fuerte carga histórica de estos lugares y dimensionar lo extenso de su uso.
Ya en la parte alta tenemos nuevamente una visión panorámica del valle, pudiendo observar a lo lejos el poblado de Göreme, las chimeneas de hadas, la cadena montañosa del Tauro, todo entre interminables formaciones rocosas que parecen no tener horizonte.
La tarde comienza a caer rápidamente. Es invierno sobre la Capadocia, por lo que el frío apremia y apuramos la caminata de vuelta hacia Göreme. Una vez instalados en el pueblo, tomamos una reponedora taza de çay (té turco) y tenemos una amigable conversación con nuestros amigos locales. Nos comentan un poco de sus tradiciones y costumbres, íntimamente ligadas a la tierra y a la calma de estos silenciosos valles que, pese al ritmo desenfrenado del turismo, están lejos de ser invadidos por la tecnología.
Aún perdura en ellos ese espíritu original, cargado de cuentos, mitos y hechos que marcaron la historia de la humanidad, todo a la vuelta de su esquina.
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Texto e imagenes: Fernando Márquez de la Plata ©