Una pausa en el Jardín Botánico de Madrid | España

Madrid, 3 de la tarde de un día que se bate entre una recién estrenada primavera y los últimos fríos del invierno que se va lento. Caminando desde Atocha por el Paseo del Prado despacio, haciendo hora para entrar gratis al archifamoso Museo del Prado – que abre sus puertas libremente a las seis -, un gran arco enrejado nos llama la atención. Asomados a la reja, descubrimos que lo que hay allí adentro no es otra cosa que el Real Jardín Botánico de Madrid, ícono verde de la preciosa capital española.

Por unos 3 Euros, y previa caminata hasta la entrada de la Plaza Murillo, ingresamos a este oasis en medio del ajetreo habitual del centro histórico de la ciudad.

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Tulipanes en Terraza de los cuadros

Desde el inicio es fácil percatarse del orden y de la distribución. Independiente del mapa en el acceso, que lo deja todo claro, se notan a simple vista las terrazas en las que se dividen las especies en exhibición. En el folleto que viene con el ticket nos enteramos de los nombres: Terraza de los cuadros (más cercana a la calle y la más grande de todas, fundamentalmente con especies ornamentales), Terraza de las escuelas botánicas (en el centro, un poco más pequeña y repleta de historia e información de la evolución de cada especie) y la Terraza del plano de la flor (la más pequeña, con un entramado irregular y que se distingue por su paseo bajo un parrón de hierro).

Una cuarta terraza fue añadida en el 2005, para una remodelación, y su mayor atractivo es una bellísima colección de bonsáis donada por el ex presidente del gobierno español, Felipe González.

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Huertos listos para la resiembra

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Terraza de de las escuelas botánicas

Fundado originalmente a orillas del rio Manzanares en 1755, por iniciativa del Rey Fernando VI, se trasladó luego en 1774 a su actual ubicación, donde hace juego urbano con el Museo del Prado, la Estación de Atocha y el casco histórico de la ciudad.

En su recorrido repleto de formales líneas rectas diseñadas por el arquitecto Francesco Sabatini (autor de varias obras emblemáticas de la capital española como la Puerta de Alcalá y parte del Palacio Real), combinadas con senderos irregulares y curvos, nos llamó la atención encontrar en su mayoría especies de América, cuestión no curiosa si uno revisa el proceso de conquista y asalto llevado a cabo por los colonizadores.

Lo novedoso es percatarse de que no sólo fue oro lo que se saqueó en el ‘cuarto continente’, sino también especies de la flora nativa americana, que hoy lucen aquí tal cual lucen con orgullo las piezas de la cultura egipcia en los museos londinenses.

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Estatua de Carlos Linneo, científico y naturalista sueco

Lo cierto es que es destacable el cuidado y la mantención de las especies y senderos, y lo tranquilo que puede llegar a ser pasear por aquí. En un ambiente propicio para bajar el ritmo, vale la pena sentarse cerca de alguna fuente con un buen libro y respirar la mezcla de aromas florales que lo invaden todo. O dedicarse a revisar las especies en estudio – hay que recordar que el jardín nació con fines académicos y de experimentación – y los huertos de trabajo donde se cultivan todo tipo de vegetales comestibles.

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Zona de bósques húmedos

Pero quizás lo más interesante es el invernadero con su extensa colección de plantas del mundo, donde otra vez América destaca por su variedad: hay desde cactáceas de nuestro desierto de Atacama hasta flores flotantes de los fríos estanques del sur. Además una sala especialmente acondicionada que recrea a la perfección la humedad de la selva tropical de Brasil, en donde crecen algunos tipos de helechos y enormes alocasias. El clima está muy bien simulado, con aspersores de agua que generan una espesa bruma que hace a veces perder la noción del espacio.

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En el invernadero: Cactáceas y Plantas Vasculares

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Selva tropical en el invernadero

El paseo termina visitando el precioso Pabellón Villanueva, donde habitualmente se dictan charlas y se hacen eventos, actos y exposiciones fotograficas de diversos temas, no siempre relacionados con el paisaje o la naturaleza.

Salimos del jardín sintiendo el placer de una necesaria pausa en medio del loco ritmo del turisteo, habiendo respirado un aire repleto de aromas de todo el mundo, que renuevan energías para seguir recorriendo la alucinante capital de España.

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Texto e imagenes: Gonzalo Schmeisser ©

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